La gran parte de la narración artística en las obras plásticas se desplazan entre dos ámbitos: en un polo extremo, el relato trivial, y en el opuesto la crónica crítica. En este ámbito de crisis económica, guerra del narcotráfico, inseguridad y gobiernos corruptos, cuando recientes elecciones tratan de prender alguna esperanza en esta encrucijada para salir del abismo social, las recientes celebraciones de Independencia y de Revolución dejaron evidente el desaprovechamiento de las autoridades, envueltas en el boato legitimador y la continuación de equívocos históricos, por difundir la autenticidad de los acontecimientos y entronizar la ideología de la revolución de Madero que el PRI, y los subsiguientes partidos, socavaron a lo largo de los sexenios. Esa Revolución que, reprobada por el clero católico, terminó en revuelta entre los mismos que la iniciaron logrando acabar con ella e iniciando el daño que padecemos hasta nuestros días.

Y por otro lado, se disipó la oportunidad de aclarar en la población los hechos históricos de la Independencia, despejando lo que la mitología patriótica ha ensalzado hasta ahora. Varios puntos de crítica y aportaciones se elevaron en el panorama, pero quedan reducidos a los medios usuales de comunicación con una actitud reflexiva: editoriales, columnas, programas de TV, películas y publicaciones que se encuentran alejados de la atención del público general hipnotizado en la estrategia del espectáculo de los medios televisivos. Se ha percibido más la negación de los gestores políticos por reconocer el abuso del poder que ejercen impunemente atendiendo sus intereses particulares año tras año, y que los tribunales de justicia, como poder judicial, no los responsabilizó de esas fechorías cometidas. Varios países latinoamericanos se encuentran en muy diferente situación política cuando han sido capaces de imponer penas a los gobernantes corruptos, concluidos sus cargos. Y se comprueba la situación diferente con México en la desigualdad social existente con otros países que no atravesaron el episodio revolucionario.

El poder que delegamos a diputados y gobernantes se corroe en sus manos, y transcurre delante de nuestra atención sin que podamos intervenir. En Puebla asistimos a la descarada manipulación de la revisión de las últimas cuentas del gobierno de Mario Marín, carente de transparencia, y la modificación de la estructura organizativa del futuro Congreso, justo antes de salir los diputados de él, para impedir la voz y la gestión de las agrupaciones electorales que la población ha votado; diputados que no cumplen las promesas y no responden incluso a lo que ellos firmaron. Así que me apropiaría de esta frase de Saramago: “Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, y no hacemos nada para contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos.” 

Las manifestaciones artísticas que optan por la crónica crítica se encuentran bien distantes de las que proponen otros recorridos por la realidad, con el relato trivial, que materializan los relatos impuestos, forma-escenario del arte tradicional. 

Oscar Vivaldo se decantó por una visión crítica de la Revolución en una propuesta plástica colaborativa que tuvo lugar en la Biblioteca de la Universidad Iberoamericana Golfo Centro, en Puebla, con la que exhorta al espectador a sumarse al sentimiento revolucionario celebrado. Es decir, no a la celebración de las luchas intestinas que quebraron el sistema de Porfirio Díaz hace 100 años y que dejaron otro sistema como revolución interrumpida sino, la celebración  del aguante del pueblo mexicano.

Desde el collage de retratos de los Presidentes envueltos en la tumultuosa y agitada etapa entre 1911 y 1915, que abrió el periodo de Venustiano Carranza implantándose el Partido Revolucionario Institucional (Familiarmente conocido como PRI, que asentó la democracia como dictadura perfecta), hasta la imagen de Felipe Calderón escoltado por los jefes militares supremos de la Marina y el Ejército de Tierra, todas las imágenes de la exposición se presentan como un recorrido panorámico en el ascenso-descenso de la rotonda a la biblioteca, evocando tantas décadas transcurridas entre el abuso, la crisis económica, las promesas incumplidas dominados por la corrupción que muestran cómo las condiciones de pobreza y miseria actuales son iguales a las prevalecientes en 1910.

Una exposición de Oscar Vivaldo que, aunque recurre a tácticas visuales comunes y de participación colectiva acostumbrada, y mantiene una dirección crítica obvia de confrontación, deja abierta la significación en la correlación semiótica entre el par de imágenes yuxtapuestas y la colaboración de los visitantes que construyen finalmente las piezas con su inscripción caligráfica atestiguando el hartazgo histórico patente en la población mexicana al tiempo de estas celebraciones de 2010.

En el polo opuesto en la narración artística a la crónica crítica se encontraría el relato trivial. En esta época donde el espectáculo desborda los límites del entretenimiento inundando todas las áreas de la existencia, el arte asumió con la actitud posmodernista un espacio de actuación decorativa y banal, sin compromiso, inclinada a celebrar el lado alegre de la vida. Estas expresiones se enraízan en las manifestaciones derivadas del Arte Pop, en lo que se ha denominado “Neo-Pop”, y entre sus exponentes máximos se encontraría al japonés Takashi Murakami, una especie de Andy Warhol de la globalización y el mercado del arte.

Una exposición en Puebla “Los Colores de la Esperanza” proporciona el contacto con la obra de Romero Britto, otro de los artífices de esta actitud de trivialidad, con toda una parafernalia de presentación que atrajo hasta el gobernador y en condiciones museográficas muy decentes en la Galería del Complejo Universitario de la UAP que, más que facilitar el conocimiento del arte a la población, parece actuar, quizás, como un mecanismo de legitimación operando como

Romero Britto, procedente de Brasil y residente en Miami, es un pintor animado por la misma dinámica productiva que Takashi Murakami, expandiéndose de similar manera en todas las esferas del poder económico las cuales respaldan estas realizaciones, aunque esta vez desde la óptica latina. Su influencia viene sustentada por la atención construida hacia su obra tanto por la sociedad elitista adinerada, como por el público común. Y es que su obra prende la atracción humana con el color saturado, la simplicidad gráfica, y la temática cotidiana muy en la línea de cierto estilo popular africano donde allí, la expresión sí está ensamblada con la vivencia de su espacio. La publicidad ha utilizado su estilo para impulsar la atracción en productos de marcas que inició con el vodka “Absolut” y luego se extenderían a otras como Pepsi, Apple, Volvo, envolviéndose asimismo en las marcas de la moda como Armani.

Su obra es resuelta, forjada por el color intenso y las formas contorneadas desarrolladas a partir de temática popular que, lo mismo aborda las figuras humanas en su relación amorosa como los iconos religiosos, las mascotas, los objetos o las flores; es una mirada plástica explayándose en los aspectos alegres de la existencia, lo natural y el regocijo de la vida que deriva hacia un relato trivial y engañoso, una oda a lo superficial. Su estrategia pictórica, incluyendo el espacio y diseño del marco, se limita a las formas geométricas planas de precisos límites que evocan estilos de Tom Wesselmann y Roy Lichtenstein, y que son rellenas de estructuras geométricas en colores saturados contrastados y reforzadas por texturas de material brilloso.

Romero Britto representa todo este nivel expresivo del arte que, sustentado desde una estética ñoña y blanda, encandila, pero no se sostiene ante una reflexión profunda, sin contribución a un enriquecimiento del espectador sino, al contrario, contribuye a un abotargamiento del espectador como otro más de los puntos consumistas de esta sociedad. Además, apenas se percibe evolución