Quizá debido a la ansiedad por conquistar mi cuerpo, olvidas quitarme las medias negras que uso, que así, enmarcan y destacan mi sexo inquieto. Pronto me llevas frente al espejo. Me sorprende lo tiernas que son tus grandes manos cuando me acarician y lo bella que soy cuando me amas.
Ahora el espejo me regresa la imagen de ti a mi espalda, cubriendo mis senos que, aunque pequeños, llenan tus manos. Veo tu brazo alrededor de mi cintura atrayéndome y ahora observo cómo mi cadera busca sentir tu hombría que crece justo detrás de mí. Observo tu pene erecto que aún no se decide entrar en mí, fuerte y firme. Retrasando el momento de hacerme tuya (¿acaso no lo soy ya desde hace tiempo?), tus dedos juegan sabiamente con mi clítoris y pronto siento la humedad que comienza a resbalarse entre mis piernas. Cierro los ojos y me dejo llevar, pues la sensación me invade.
Pienso entonces que me pasa igual cuando lames mi intimidad delicadamente. No sé si me excita más la realidad, lo que sucede ahora mismo con la complicidad del espejo o lo que recuerdo de esos otros momentos en los que tus movimientos me incendian. Tan inmersa estoy en ello que me sorprende cuando me penetras y tu respiración agitada invade la habitación. Por un momento ya no puedo respirar. Violento, tus caderas imponen el ritmo y me hacen estallar, mojándolo todo, chorreando tu cuerpo y el mío, unidos en espasmos que suceden al ritmo de nuestros suspiros.
Después de un largo día de espera
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Texto: Susana Bello
atc@criticarte.com |
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Publicado el 22 de Abril de 2011
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