Ojos azules que rompen la mañana cuando el sol comienza a calentar el espacio mientras los brazos se enredan admirando el estallido del deseo contenido. Besos entrelazados con ansia. Despedida nutriéndose del fruto de nuestra energía encendida. Mis manos se aferran a tu piel descubierta atravesando tu cuerpo frágil que tiembla con el latir de vida del último momento de plenitud compartida, estremecida por el ímpetu de la pasión alimentada y que la realidad nos niega.
Debes estar más allá del mar, de los cielos. Yo quedo aquí con tu recuerdo fuerte y extraño, pues llegas a mí con toda tu fuerza amasada con abrazos sinceros y entrega contenida, con tus besos llenos de lágrimas. Me quedo en este espacio testigo del brillo del amor callado y resignado, de la explosión de tus caricias que se resistían para no romper esos pactos sin nombre.
Tu amor se hubiera deslizado como mi memoria te acoge, se habría vertido como agua caliente por mi desnudez buscada, y se hubiera encontrado con el mío como dos torrentes ebrios de pasión desmedida que necesitaba alimentarse de su caudal, formando uno solo. Dos cuerpos que vibran con su piel abierta, con el alma descubierta y la energía iluminando cada beso entregado en tu cuello, en tu boca hambrienta, en tu pecho entreabierto que me dabas confiada. Colinas de amor que me enloquecían y me deslizaban a tu vientre inmaculado que, sin explicación, me engullía lleno de luz. Mis dedos se entrelazaban con tus manos ansiosas, con tus brazos abiertos y tus formas definiendo mi propio cuerpo.
Tus lágrimas me humedecían
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Ramón Almela
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